sábado, 31 de julio de 2010

La gracia que obra



…de gracia recibisteis, dad de gracia.
                                                                                        MATEO 8:10B

Estas palabras fueron las que Jesús que les dijo a sus discípulos cuando los envió a predicar el evangelio. Él les encomendó que sanaran enfermos, que echaran fuera demonios, etc. A lo que agregó; “de gracia recibiste, dad de gracia”. Es lo mismo que él les hubiera dicho; lo que yo les regalé ahora regálenselo a otros. Esto me hico recordar lo que Max Lucado escribió en uno de sus libros (En manos de la gracia) que aquí paso a transcribir:

Algunas veces doy dinero al final del sermón. No para pagar a los oyentes (aun cuando algunos tal vez piensen que se lo han ganado), sino para recalcar un punto. Ofrezco un dólar a cualquiera que quiera aceptarlo. Dinero regalado. Un obsequio. Invito a cualquiera que desee el billete que pase y lo tome.

La respuesta es previsible. Una pausa, un restregar de zapatos, una esposa que le da un codazo al esposo y él sacude la cabeza. Un adolescente empieza a ponerse de pie, pero se acuerda de su reputación. Un niño de cinco años empieza a caminar por el pasillo y su madre lo detiene con un tirón. Por último, algún alma valiente (o empobrecida) se pone de pie y dice: «¡Yo lo tomo!» Le entrego el billete y la aplicación empieza.

«¿Por qué no aceptaron mi oferta?», pregunto al resto. Algunos dicen que se sienten profundamente abochornados. El dolor no valía la pena. Otros temen una trampa, un truco. Y hay también quienes tienen gorda la billetera. ¿Qué es un dólar para quien tiene cientos?

Entonces como corolario surge la pregunta obvia. ¿Por qué la gente no acepta el regalo de Cristo? La respuesta es similar. Algunos se sienten demasiado avergonzados. Aceptar el perdón es admitir el pecado, un paso que nos cuesta dar. Otros temen una trampa, un truco. Sin duda debe haber algo impreso en letra menuda en la Biblia. Otros piensan: ¿Quién necesita perdón cuando se es tan bueno como yo?

El punto surge solo. Inclusive cuando la gracia está al alcance de todos, pocos la aceptan. Muchos prefieren quedarse sentados y esperar mientras que solo unos pocos deciden levantarse y confiar.

Por lo general, es el fin. La lección terminó. Tengo un dólar menos, alguien tiene un dólar más y todos tenemos un poco más de sabiduría. Sin embargo, hace un par de semanas ocurrió algo que añadió una nueva dimensión al ejercicio. Mirta fue una mujer que dijo que sí al dólar. Hice la oferta y esperaba que alguien la aceptara, cuando ella gritó: «¡Yo lo quiero!»

Se levantó de un salto, vino al frente y le di el dólar. Ella regresó a su asiento, recalqué el punto y todos nos fuimos a casa.

La encontré unos pocos días más tarde y en tono de broma le dije que estaba ganando dinero con mis sermones.

—¿Tiene todavía el dólar? —le pregunté.

—No.

—¿Lo gastó?

—No. Lo regalé —respondió—. Cuando regresé a mi asiento un niño me pidió que le diera el dólar y le dije: «Aquí lo tienes. Me lo regalaron a mí y yo te lo regalo a tí».

Vaya, ¿no es asombroso? Tan sencillamente como lo recibió, lo dio. Tan fácilmente como vino, se fue. El muchacho no suplicó y ella no batalló. ¿Cómo podía ella, que había recibido un regalo, no dar un regalo a su vez? Quedó atrapada en manos de la gracia.

Que cada uno de nosotros quedemos atrapados en manos de la gracia de Dios y estemos dispuestos siempre a sembrar más y más gracia en los corazones de las personas.

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