lunes, 2 de abril de 2012

Enfoquémonos en ganar almas

“El fruto del justo es árbol de vida; Y el que gana almas es sabio.” Proverbios 11.30

La mayoría de las iglesias hoy en día, están enfocadas en llenar templos, salones, polideportivos y hasta estadios de gente que escuche el evangelio. Sin desmerecer el esfuerzo que hacen muchos para que esto se logre, particularmente creo que no es en lo que debemos enfocarnos. Un alma hoy no parecería ser “negocio” para nadie.
Veamos qué tanto valoraban el ganar un alma para Cristo los pioneros de la obra del Señor:
“Consideraría una mayor felicidad ganar un alma para Cristo que montañas de pata y oro para mí mismo.” Mathew Henry
C.H. Spurgeon decia: “Prefiero traer un pecador a Jesucristo que descubrir todos los misterios de las Escrituras, porque la salvación es la única razón por la que estamos vivos.”
Mantengamos las cosas en perspectiva: Lo más importante en nuestro tiempo, de este lado de la eternidad es predicar a Cristo. Tendremos  toda la eternidad para descubrir todos los misterios, y conocer a Dios de manera plena, pero ahora debemos enfocarnos de una manera correcta.
Podríamos caer en el error de decir: “Yo no soy quien gana almas, Dios lo hace”, pero veamos que dice la Biblia:

“Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar  a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he   hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él.” 1 Corintios 9.19-23

En el contexto correcto, sí podemos decir que ganamos almas. En la realidad de su día a día, al testificar, Pablo se acercaba a las personas y se identificaba con ellas. No alteraba el mensaje, ni cambiaba el método (la predicación, 1 Corintios 1.18), pero sí explicaría el evangelio a las personas procurando que sus receptores pudieran entender su mensaje. Él sabía que si lo hacía correctamente, las personas podrían correr a la Cruz y allí Cristo los salvaría.
Por ejemplo, Pablo en Atenas (Hechos 17)  predicó el evangelio a gentiles y lo hizo correctamente. Usó la ley, les predicó del juicio de Dios, su justicia y les mandó que se arrepintieran. La sensibilidad de nosotros como predicadores hacia las personas es explicar el mismo mensaje con el mismo método, con sabiduría para que el que no cree entienda.
Lo primero que buscamos es que el que no cree aprenda justicia, a pesar de cualquiera que sea su trasfondo cultural o religioso: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad.” Daniel 12:2-3
Este pasaje le pone nombre a lo que haremos a partir de ahora al salir a predicar: “enseñar justicia a la multitud”.
Esta promesa fue dada para el pueblo hebreo en tiempos de Daniel, y es asombrosa. Es incomprensible para nosotros hoy el imaginar cómo una persona puede brillar como las estrellas, pero nos da una idea de cuánto Dios valora tremendamente la obra de enseñar justicia.

Enseñar justicia es explicar a los pecadores los mandamientos de Dios y expandirlos de manera que las personas entiendan los juicios de Dios. Satanás ha nublado el entendimiento de los inconversos (Efesios 4.18) con los placeres del pecado, el entretenimiento, la farándula, la moda y muchas otras cosas a tal grado que las personas tienen un concepto torcido de lo que es la justicia.
Para Dios, es valioso el que salgamos y enseñemos justicia  a la multitud, pero piense que hoy tenemos el mensaje completo que Daniel no tenía en su tiempo: predicamos a Cristo, la Propiciación, el valor infinito de su Sacrifico Sustituto, que Dios quiere salvar a todos los hombres, tanto gentiles como judíos. ¡Qué honor tenemos! Roguemos a Dios que nos dé valentía para salir a hacerlo.
¡Qué bueno que estemos aquí!

“para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.” Hechos 26.18

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