Para reflexionar en este mes que celebramos las pascuas…
En esta oportunidad quiero compartir un capítulo del libro
“Reflexiones sobre la evangelización” que escribiera el pastor Osvaldo Simari,
maestro y compañero de milicias en muchas etapas de mi vida y ministerio.
En la puerta de cada lugar donde va a predicarse el
Evangelio debería haber un letrero con esta inscripción: «SOLO PARA PECADORES».
El mensaje de la Palabra de Dios gira alrededor de dos grandes verdades
fundamentales:
1. Dios es justicia, y no puede pasar por alto el pecado del
hombre, y tiene que condenarlo.
2. Dios es amor, y con su gracia desea salvar al pecador.
Predicar solamente la justicia de Dios sólo haría más
desesperante la situación del pecador, más terrible y trágica su perdición; y
si tan sólo enfatizamos el amor de Dios, despertaríamos en las almas una
admiración sentimental o intelectual hacia la persona de Cristo, pero no
ofreceríamos el verdadero camino de la salvación que ha de pasar
ineludiblemente por la experiencia de la convicción de pecado y
arrepentimiento.
Muchas veces hemos presentado el Evangelio de manera
inadecuada. Nos hemos olvidado de testificar acerca del pecado y los pecadores.
Olvidamos que la cruz de Cristo habla no sólo del amor o la
misericordia de Dios. También habla de la justicia y de la ley. Es que Dios no
perdona ni salva por medio de la anulación de su justicia. Al contrario, Él es
«el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús» (Romanos 3:26). Esta justificación del pecador
que Dios hace posible en Cristo manifiesta precisamente la justicia de Dios
(Romanos 3:21,25,26) tanto como su perdón y misericordia. Eso tiene que
llevarnos a considerar lo terrible que es quebrantar la ley divina: el pecado.
En la cruz vemos lo que Dios hace con el pecado.
La ley y la cruz, la justicia y la misericordia, deben
formar parte de nuestro anuncio del Evangelio. Pero hoy día muchas veces
preferimos no hablar de la ley, del pecado o de la condenación cuando
justamente son esos conceptos los que pueden ayudar al pecador a ver su total
miseria espiritual y necesidad de Cristo.
No queremos que nadie caiga en la esclavitud de la ley;
advertimos contra el error del legalismo. Pero a veces olvidamos que una
persona no puede creer con una fe viva, real y salvadora, hasta que se haya
dado cuenta por propia convicción de su impotencia espiritual. Según Pablo, por
la ley es el conocimiento del pecado (Romanos 3:20). Dios mata antes de dar
vida (1 Samuel 2:6), y es por la Ley que Dios mata (Gálatas 2:19; Romanos 7:9).
Cuando no cuidamos el anuncio de la ley de Dios, las
personas desprecian la ley y no la tienen en cuenta, y al final, terminan
despreciando la misma gracia. Es necesario que las almas lleguen a la
desesperación del que sabe que no puede salvarse por sí mismo, y que ha de
clamar a Dios con todas sus fuerzas. Ése es el momento en que el pecador
comprende que el Evangelio no es para los que se creen justos, sino solamente
para pecadores. Ahí es cuando el alma no sólo recibe capacidad para comprender
el Evangelio, sino para creerlo con fe salvadora.
En innumerables casos hemos predicado un Cristo que es más
Maestro que Redentor, más ejemplo que salvación, y más capaz de levantar un
cierto grado de simpatía o un suave sentimiento antes que una profunda
vergüenza por nuestro pecado, error y depravación. De este modo, el fruto
muchas veces pudo haber sido conversiones dudosas, por falta de verdadera
convicción de pecados. Como dice Oswald Smith: «Esta moderna teoría de “aceptar
a Cristo”, sin más ni más, sin una profunda convicción de pecado, es una
creencia mortal, jamás fruto de un nuevo nacimiento auténtico».
Hay que predicar ambas cosas: Ley y Evangelio, pecado y
salvación. Hay que darle tiempo a Dios para que Él actúe en el alma,
convenciéndola de pecado, y haciéndole ver que por sí misma no podrá salvarse
nunca. Solamente la convicción de pecado es la adecuada antesala de la fe
salvadora.